Nos planteamos una excursión por el cañón del rio Lobos, una mañana soleada de primavera.
Emprendimos el viaje, pero antes de llegar, hicimos un alto en Ayllón.
Este pequeño pueblo segoviano, remonta sus orígenes a los celtíberos. Por algo me gusta tanto, con la pasión que tengo por cualquier rastro celta!!
Llegamos temprano, cuando la mayoría de los habitantes permanecían, casi seguramente, en el calor de sus camas.
Aparcamos el coche a la orilla del río Aguisejo, por el que se dejan mecer en sus tranquilas aguas unos majestuosos cisnes.
Nos quedamos alli un rato, contemplándolos y fotografiandoles.
Luego, nos dirigimos al centro de pueblo, atravesando el arco que da acceso, a traves de la muralla, a su interior de calles estrechas y empedradas.
Llegamos a la plaza mayor, donde encontramos algún lugareño desayunando en la taberna del pueblo, ahora reconvertida en cafeteria-restaurante.
Desayunamos nosotros también, saboreando junto al aroma a café, el aroma de la vida tranquila de antaño, sin agobios, ni prisas ni estrés, mientras los rayos incipientes de un tímido sol de primavera se colaban por la puerta de la taberna, dibujando luces y sombras en su suelo irregular.
Con el café calentando nuestros estómagos, salimos y paseamos por las calles de Ayllón, que aún dormía.
Salimos del recinto amurallado, al lado del río, donde los cisnes seguían flotando en su tranquilo navegar, y retomamos el camino que nos llevaba al destino elegido para ese día.
Emprendimos el viaje, pero antes de llegar, hicimos un alto en Ayllón.
Este pequeño pueblo segoviano, remonta sus orígenes a los celtíberos. Por algo me gusta tanto, con la pasión que tengo por cualquier rastro celta!!
Llegamos temprano, cuando la mayoría de los habitantes permanecían, casi seguramente, en el calor de sus camas.
Aparcamos el coche a la orilla del río Aguisejo, por el que se dejan mecer en sus tranquilas aguas unos majestuosos cisnes.
Nos quedamos alli un rato, contemplándolos y fotografiandoles.
Luego, nos dirigimos al centro de pueblo, atravesando el arco que da acceso, a traves de la muralla, a su interior de calles estrechas y empedradas.
Llegamos a la plaza mayor, donde encontramos algún lugareño desayunando en la taberna del pueblo, ahora reconvertida en cafeteria-restaurante.
Desayunamos nosotros también, saboreando junto al aroma a café, el aroma de la vida tranquila de antaño, sin agobios, ni prisas ni estrés, mientras los rayos incipientes de un tímido sol de primavera se colaban por la puerta de la taberna, dibujando luces y sombras en su suelo irregular.
Con el café calentando nuestros estómagos, salimos y paseamos por las calles de Ayllón, que aún dormía.
Salimos del recinto amurallado, al lado del río, donde los cisnes seguían flotando en su tranquilo navegar, y retomamos el camino que nos llevaba al destino elegido para ese día.
MayteVidal©fotografia
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