El primer día que hicimos la ruta, se nos presentó una tormenta, y decidimos dejar la visita al Bosque Pintado para el día siguiente. Asi que, a la mañana siguiente, volvimos.
Aparcamos el coche junto al restaurante Lezika, en Basondo.
Siguiendo la señalización, nos adentramos en el camino que nos llevaría hasta el bosque, entre prados de un verdor intenso donde pastaban tranquilamente caballos y cabras, y los conejos campaban a sus anchas.




Seguimos el camino, fijándonos en la señalización blanca y amarilla que hay en algunos árboles, indicando por dónde ir.
Por el camino encontramos infinidad de bichos y flores. También muchas fresas silvestres.


Recorridos 7 km y medio, y tras haber subido un desnivel de 204 metros, llegamos a la señalización final que nos indica que entramos al bosque pintado de Agustín Ibarrola.

Dentro del Bosque, el tiempo parece detenerse. Podemos pasar horas y horas intentando descubrir las múltiples figuras que se forman con las pinturas hechas en los árboles, según juguemos con las perspectivas.








El silencio es absoluto, tan solo roto por el trino de los pájaros.
La ruta se puede continuar hasta Goikolea, para ver los antiguos molinos y de allí, pasar a Oma, y regresar a Basondo, en una ruta circular.
Nosotros optamos por deshacer el camino andado, y volvimos por dónde habíamos ido, llevándonos en la memoria el recuerdo de este lugar curioso y único, lleno de magia.