Su embrujo me atrapó siendo una niña, y desde entonces, cada vez que visito este pequeño pueblo de casas encaladas encaramadas en una colina que mira al mar por el este y al desierto por el oeste, siento su hechizo morisco y ancestral.
Evidentemente, ha cambiado mucho desde que me enamoraran sus calles estrechas y empinadas. Ahora hay muchos más restaurantes, y también hoteles, pero sigue manteniendo ese encanto que le confiere cierto halo mágico.
Tengo el recuerdo de la niñez, cuando el día se fue apagando entre paseos por sus callejas....los faroles se encendían...era maravilloso ver como cambiaban las luces!
Desafortunadamente, no cuento en mi archivo fotográfico con fotos de Mojácar al anochecer. He estado varias veces, pero las veces que he disfrutado del espectáculo de la puesta de sol en Mojácar no he llevado la cámara para plasmar el momento.
Y esta última vez, la visita fue corta y diurna....pero...no pasa nada, asi tengo excusa para volver de nuevo, aunque no hay mejor excusa para volver que el disfrutar de Mojácar.
Las plazoletas se abren aquí y allá en Mojácar. Patios llenos de flores, como auténticos vergeles se esconden tras pequeños pasadizos.
Por donde quiera que mires, siempre verás colgados de puertas, o sobre ellas, en ventanas, o en paredes, el símbolo mágico del Índalo, una especie de monigote que sujeta con las dos manos un arco sobre su cabeza. Se pone en las casas, para protegerlas de las tormentas, y a quienes las habitan, del mal de ojo. Su nombre proviene de la lengua íbera indal eccius, que significa "mensajero de los dioses" y que posteriormente dio origen al nombre Indalecio.